Mostrando entradas con la etiqueta Ana Juan. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Ana Juan. Mostrar todas las entradas
viernes, 28 de julio de 2017
El dolor envejece más que el tiempo
El dolor envejece más que el tiempo,
este dolor dolor que no se acaba,
y que te duele todo todo todo
sin dolerte en el cuerpo nada nada.
A tantos días de dolor se muere uno,
ni la vida se va,
ni el corazón se para,
es el dolor acumulado el que,
cuando no lo soportas,
él te aplasta.
Mi accidente será un buen epitafio:
cuando una calle bajo el sol cruzaba,
de dolor -o de amor- es lo mismo,
murió desbaratada.
Gloria Fuertes
Ilustración: Ana Juan
viernes, 22 de julio de 2016
Te amo
Te amo por todas las mujeres que no he conocido.
Te amo por todos los tiempos que no he vivido.
Por el olor del mar inmenso y el olor del pan caliente.
Por la nieve que se funde por las primeras flores.
Por los animales puros que el hombre no persigue.
Te amo por amar.
Te amo por todas las mujeres que no amo.
Te amo por todos los tiempos que no he vivido.
Por el olor del mar inmenso y el olor del pan caliente.
Por la nieve que se funde por las primeras flores.
Por los animales puros que el hombre no persigue.
Te amo por amar.
Te amo por todas las mujeres que no amo.
Quién me refleja sino tú misma me veo tan poco
sin ti no veo más que una planicie desierta.
Entre antes y ahora
están todas estas muertes que he sorteado sobre paja.
No he podido atravesar el muro de mi espejo.
Tuve que aprender la vida como se olvida
palabra por palabra
Te amo por tu sabiduría que no me pertenece.
Te amo contra todo lo que no es más que ilusión.
Por el corazón inmortal que no poseo
crees ser la duda y no eres sino razón.
Eres el sol que me sube a la cabeza
cuando estoy seguro de mí.
Paul Éluard
Ilustración: Ana Juan
sin ti no veo más que una planicie desierta.
Entre antes y ahora
están todas estas muertes que he sorteado sobre paja.
No he podido atravesar el muro de mi espejo.
Tuve que aprender la vida como se olvida
palabra por palabra
Te amo por tu sabiduría que no me pertenece.
Te amo contra todo lo que no es más que ilusión.
Por el corazón inmortal que no poseo
crees ser la duda y no eres sino razón.
Eres el sol que me sube a la cabeza
cuando estoy seguro de mí.
Paul Éluard
Ilustración: Ana Juan
domingo, 13 de marzo de 2016
martes, 24 de noviembre de 2015
La noche viene desnuda
La noche viene desnuda:
senos de luna,
guantes morados.
Con los brazos en alto
ya la estoy esperando.
¡Qué cerca de mi oído
enmudecen sus labios!
¡Amor, amor!
La muerte
me está besando.
Gabriel Celaya
Ilustración: Ana Juan
senos de luna,
guantes morados.
Con los brazos en alto
ya la estoy esperando.
¡Qué cerca de mi oído
enmudecen sus labios!
¡Amor, amor!
La muerte
me está besando.
Gabriel Celaya
Ilustración: Ana Juan
lunes, 23 de noviembre de 2015
Amor
Solo la voz, la piel, la superficie
pulida de las cosas.
Basta. No quiere más la oreja, que su cuenco
rebalsaría y la mano ya no alcanza
a tocar mas allá.
Distraída, resbala, acariciando
y lentamente sabe del contorno.
Se retira saciada,
sin advertir el ulular inútil
de la cautividad de las entrañas
ni el ímpetu del cuajo de la sangre
que embiste la compuerta del borbotón, ni el nudo
ya para siempre ciego del sollozo.
El que se va se lleva su memoria,
su modo de ser río, de ser aire,
de ser adiós y nunca.
Hasta que un día otro lo para, lo detiene
y lo reduce a voz, a piel, a superficie
ofrecida, entregada, mientras dentro de sí
la oculta soledad aguarda y tiembla.
Rosario Castellanos
Ilustración: Ana Juan
pulida de las cosas.
Basta. No quiere más la oreja, que su cuenco
rebalsaría y la mano ya no alcanza
a tocar mas allá.
Distraída, resbala, acariciando
y lentamente sabe del contorno.
Se retira saciada,
sin advertir el ulular inútil
de la cautividad de las entrañas
ni el ímpetu del cuajo de la sangre
que embiste la compuerta del borbotón, ni el nudo
ya para siempre ciego del sollozo.
El que se va se lleva su memoria,
su modo de ser río, de ser aire,
de ser adiós y nunca.
Hasta que un día otro lo para, lo detiene
y lo reduce a voz, a piel, a superficie
ofrecida, entregada, mientras dentro de sí
la oculta soledad aguarda y tiembla.
Rosario Castellanos
Ilustración: Ana Juan
viernes, 20 de noviembre de 2015
Preguntas
Ya que navegas por mi sangre
y conoces mis límites,
y me despiertas en la mitad del día
para acostarme en tu recuerdo
y eres furia de mi paciencia para mí,
dime qué diablos hago,
por qué te necesito,
quien eres, muda, sola, recorriéndome,
razón de mi pasión,
por qué quiero llenarte solamente de mí,
y abarcarte, acabarte,
mezclarme en tus cabellos
y eres única patria
contra las bestias del olvido.
Juan Gelman
Ilustración: Ana Juan
y conoces mis límites,
y me despiertas en la mitad del día
para acostarme en tu recuerdo
y eres furia de mi paciencia para mí,
dime qué diablos hago,
por qué te necesito,
quien eres, muda, sola, recorriéndome,
razón de mi pasión,
por qué quiero llenarte solamente de mí,
y abarcarte, acabarte,
mezclarme en tus cabellos
y eres única patria
contra las bestias del olvido.
Juan Gelman
Ilustración: Ana Juan
miércoles, 11 de noviembre de 2015
Amar es dónde
Sentado en un tren miro el paisaje
y de pronto, fugaz, pasa un viñedo
como el relámpago de una verdad.
Sería un error bajar del tren
porque entonces la viña desaparecería.
Amar es dónde, algo lo evoca siempre:
un terrado a lo lejos, la tarima vacía
(en el suelo una rosa) de un director de orquesta,
los músicos que hoy están tocando solos.
Tu habitación al clarear el día.
Y, claro está, los pájaros que cantan
en aquel cementerio una mañana de junio.
Amar es un lugar.
Perdura en lo más hondo: es de dónde venimos.
Y también el lugar donde queda la vida.
Joan Margarit
Ilustración: Ana Juan
y de pronto, fugaz, pasa un viñedo
como el relámpago de una verdad.
Sería un error bajar del tren
porque entonces la viña desaparecería.
Amar es dónde, algo lo evoca siempre:
un terrado a lo lejos, la tarima vacía
(en el suelo una rosa) de un director de orquesta,
los músicos que hoy están tocando solos.
Tu habitación al clarear el día.
Y, claro está, los pájaros que cantan
en aquel cementerio una mañana de junio.
Amar es un lugar.
Perdura en lo más hondo: es de dónde venimos.
Y también el lugar donde queda la vida.
Joan Margarit
Ilustración: Ana Juan
martes, 20 de octubre de 2015
Parte de la Oración
De ninguna parte con amor, undécimo de marzoctubre,
querida, respetada, amada, pero no importa quién,
sinceramente ni me acuerdo de tu cara, no tuyo,
y ya de nadie amigo fiel, te saluda desde los cinco continentes
sostenidos por los cowboys.
Te amé más que a los ángeles, más que a mi mismo,
y por eso ahora estoy más lejos de ti que de ellos.
Lejos, en la noche, en el valle, en el fondo,
en la ciudad cubierta de nieve hasta la manija de la puerta,
retorciéndome entre las sábanas, por suerte no más abajo,
golpeo la almohada mugiendo un "tú",
detrás de las montañas, sin bordes y sin fin,
con todo mi cuerpo en la oscuridad
repito tu silueta como un espejo loco.
* * *
El norte pudre el metal, mas del cristal se apiada.
Enseña a la garganta a decir: «¡Déjame entrar!».
El frío me educó, me puso la pluma entre los dedos
para una vez cerrados poderlos calentar.
Mientras me hielo, más allá del mar
veo el sol ponerse, y nadie alrededor.
La suela resbala en el hielo, o es la tierra misma
la que se va abreviando bajo el tacón.
Y en mi garganta, donde se pone la risa,
o la palabra o el té caliente,
cada vez la nieve resuena más precisa,
y como tu explorador, negrea un «adiós».
* * *
Reconozco este viento que embiste la hierba,
inclinada a su paso como bajo el mongol.
Reconozco esta hoja que cae en el barro
como príncipe ruso en rojo estertor.
En tierra extraña desbordado en ancha saeta,
por el pómulo torcido de un caserón,
como al ganso por su vuelo, el otoño distingue,
abajo, en el vidrio, una lágrima en el rostro.
Y alzando al techo los ojos en blanco,
yo no canto a las tropas, olvidé cuántas son,
mas de noche la lengua en la boca agita el nombre estepario
como el sello que entrega el rey oriental.
* * *
Es una serie de observaciones. En el rincón hace calor.
Y la mirada deja huella en las cosas.
El agua representa el cristal.
Da más pavor el hombre que sus huesos.
Noche de invierno con vino, en ningún lugar.
Veranda al embate de un salcedo.
El cuerpo descansa en el codo
como morena fuera del glaciar.
Al cabo de mil años, de entre cortinas de moluscos,
desde unos flecos, asomados, extraerán,
con el mohín de «buenas noches» unos labios
sin nadie a quien poderlas desear.
* * *
Porque el tacón deja su huella es invierno.
Con abrigos de madera, helados en el campo,
las casas se conocen por quién pasa por ellas.
Qué decir del futuro al caer de la tarde,
cuando en noche silente aparece el recuerdo
de tus «espacio en blanco», mientras duermes,
lanzado por el cuerpo del alma a la pared
como en la pared la vela nocturna
proyecta una sombra de silla,
y bajo el mantel del cielo caído sobre bosque,
sobre la torre del granero que alas de grajo tiñen
no blanquearás el aire con la nieve punzante.
* * *
Un Laocoonte de madera, tras apear por un momento
un monte de sus hombros, sostiene una gran nube.
Del cabo llegan ráfagas de viento duro. La voz intenta
retener las frases, chillando sin salirse del sentido.
Se precipita el aguacero como espaldas en el baño:
maromas retorcidas azotan los lomos de los altos.
El mar medinvernal se agita tras columnatas mondas,
a modo de salada lengua tras los dientes quebrados.
El corazón asilvestrado no ha dejado de batir por dos.
El cazador no ignora dónde el faisán se esconde: en charco agazapado.
Se alza inmóvil el mañana tras el día de hoy,
como tras el sujeto el predicado.
* * *
He nacido y crecido en las ciénagas bálticas, al amor
de las olas de zinc, que siempre revientan a pares,
y es de aquí que provienen las rimas, y de aquí, la voz apagada
que se trenza entre ellas como el pelo mojado
si es que aquélla se llega a trenzar. Apoyado en el codo,
no distingue el oído el fragor de la roca,
sino el choque de telas, postigos y palmas, anota
teteras que hierven, a lo sumo el gritar de gaviotas.
El alma, en tan llana región, se salva de falsos manejos
por no haber un rincón que te oculte y se ve aún más lejos.
Solamente al sonido el espacio es opaco,
pues el ojo no ha de llorar por la falta de eco.
* * *
En cuanto a las estrellas, siempre están ahí.
Es decir, si hay una, siempre viene otra.
Y sólo así es dado mirar de allá hacia aquí;
de noche, tras las ocho, refulgiendo.
Mejor aspecto tiene el cielo sin luceros.
Mas qué certeza habría de conquistar el cosmos
si no fuera por ellas. Siempre que ni por un instante
te alces del sillón, en la terraza.
Pues, como dijo, en vuelo, el piloto a una estrella
media cara escondida en la sombra:
en parte alguna parece que haya vida,
y en ninguna de ellas se fija la vista.
* * *
...Y ante la voz de porvenir, de la lengua rusa
salen corriendo ratones, que en enjambre
se ponen a roer un trozo suculento de memoria
que es tu queso horadado.
Tras tantos inviernos ya no importa
qué o quién está en la ventana tras la cortina,
y en el cerebro retumba ya no un do no terrenal,
sino su susurro. La vida, a la que,
como algo regalado, no le miran la boca,
en cada encuentro muestra desnudos los dientes.
De todo hombre siempre os queda una parte de oración.
De hecho una parte. Parte de la oración.
* * *
No es que me esté volviendo loco, es el verano que me agota.
Buscas en el cajón una camisa, y el día entero echado por la borda.
Que llegue cuanto antes el invierno y cubra todo con su manto:
ciudades, hombres, pero primero el verde de las hojas.
Me echaré a dormir sin desnudarme, o leeré si quiero
un libro ajeno, y entretanto los retales del año,
como un perro que ha huido de su ciego,
atraviesan la calle por el paso indicado.
La libertad es
no recordar entero el nombre del tirano,
y que sea la saliva más dulce que el almíbar,
y, aunque estrujen tu cerebro cual cuerno de carnero,
no mane nada ya del ojo azul.
Joseph Brodsky
Ilustración: Ana Juan
querida, respetada, amada, pero no importa quién,
sinceramente ni me acuerdo de tu cara, no tuyo,
y ya de nadie amigo fiel, te saluda desde los cinco continentes
sostenidos por los cowboys.
Te amé más que a los ángeles, más que a mi mismo,
y por eso ahora estoy más lejos de ti que de ellos.
Lejos, en la noche, en el valle, en el fondo,
en la ciudad cubierta de nieve hasta la manija de la puerta,
retorciéndome entre las sábanas, por suerte no más abajo,
golpeo la almohada mugiendo un "tú",
detrás de las montañas, sin bordes y sin fin,
con todo mi cuerpo en la oscuridad
repito tu silueta como un espejo loco.
* * *
El norte pudre el metal, mas del cristal se apiada.
Enseña a la garganta a decir: «¡Déjame entrar!».
El frío me educó, me puso la pluma entre los dedos
para una vez cerrados poderlos calentar.
Mientras me hielo, más allá del mar
veo el sol ponerse, y nadie alrededor.
La suela resbala en el hielo, o es la tierra misma
la que se va abreviando bajo el tacón.
Y en mi garganta, donde se pone la risa,
o la palabra o el té caliente,
cada vez la nieve resuena más precisa,
y como tu explorador, negrea un «adiós».
* * *
Reconozco este viento que embiste la hierba,
inclinada a su paso como bajo el mongol.
Reconozco esta hoja que cae en el barro
como príncipe ruso en rojo estertor.
En tierra extraña desbordado en ancha saeta,
por el pómulo torcido de un caserón,
como al ganso por su vuelo, el otoño distingue,
abajo, en el vidrio, una lágrima en el rostro.
Y alzando al techo los ojos en blanco,
yo no canto a las tropas, olvidé cuántas son,
mas de noche la lengua en la boca agita el nombre estepario
como el sello que entrega el rey oriental.
* * *
Es una serie de observaciones. En el rincón hace calor.
Y la mirada deja huella en las cosas.
El agua representa el cristal.
Da más pavor el hombre que sus huesos.
Noche de invierno con vino, en ningún lugar.
Veranda al embate de un salcedo.
El cuerpo descansa en el codo
como morena fuera del glaciar.
Al cabo de mil años, de entre cortinas de moluscos,
desde unos flecos, asomados, extraerán,
con el mohín de «buenas noches» unos labios
sin nadie a quien poderlas desear.
* * *
Porque el tacón deja su huella es invierno.
Con abrigos de madera, helados en el campo,
las casas se conocen por quién pasa por ellas.
Qué decir del futuro al caer de la tarde,
cuando en noche silente aparece el recuerdo
de tus «espacio en blanco», mientras duermes,
lanzado por el cuerpo del alma a la pared
como en la pared la vela nocturna
proyecta una sombra de silla,
y bajo el mantel del cielo caído sobre bosque,
sobre la torre del granero que alas de grajo tiñen
no blanquearás el aire con la nieve punzante.
* * *
Un Laocoonte de madera, tras apear por un momento
un monte de sus hombros, sostiene una gran nube.
Del cabo llegan ráfagas de viento duro. La voz intenta
retener las frases, chillando sin salirse del sentido.
Se precipita el aguacero como espaldas en el baño:
maromas retorcidas azotan los lomos de los altos.
El mar medinvernal se agita tras columnatas mondas,
a modo de salada lengua tras los dientes quebrados.
El corazón asilvestrado no ha dejado de batir por dos.
El cazador no ignora dónde el faisán se esconde: en charco agazapado.
Se alza inmóvil el mañana tras el día de hoy,
como tras el sujeto el predicado.
* * *
He nacido y crecido en las ciénagas bálticas, al amor
de las olas de zinc, que siempre revientan a pares,
y es de aquí que provienen las rimas, y de aquí, la voz apagada
que se trenza entre ellas como el pelo mojado
si es que aquélla se llega a trenzar. Apoyado en el codo,
no distingue el oído el fragor de la roca,
sino el choque de telas, postigos y palmas, anota
teteras que hierven, a lo sumo el gritar de gaviotas.
El alma, en tan llana región, se salva de falsos manejos
por no haber un rincón que te oculte y se ve aún más lejos.
Solamente al sonido el espacio es opaco,
pues el ojo no ha de llorar por la falta de eco.
* * *
En cuanto a las estrellas, siempre están ahí.
Es decir, si hay una, siempre viene otra.
Y sólo así es dado mirar de allá hacia aquí;
de noche, tras las ocho, refulgiendo.
Mejor aspecto tiene el cielo sin luceros.
Mas qué certeza habría de conquistar el cosmos
si no fuera por ellas. Siempre que ni por un instante
te alces del sillón, en la terraza.
Pues, como dijo, en vuelo, el piloto a una estrella
media cara escondida en la sombra:
en parte alguna parece que haya vida,
y en ninguna de ellas se fija la vista.
* * *
...Y ante la voz de porvenir, de la lengua rusa
salen corriendo ratones, que en enjambre
se ponen a roer un trozo suculento de memoria
que es tu queso horadado.
Tras tantos inviernos ya no importa
qué o quién está en la ventana tras la cortina,
y en el cerebro retumba ya no un do no terrenal,
sino su susurro. La vida, a la que,
como algo regalado, no le miran la boca,
en cada encuentro muestra desnudos los dientes.
De todo hombre siempre os queda una parte de oración.
De hecho una parte. Parte de la oración.
* * *
No es que me esté volviendo loco, es el verano que me agota.
Buscas en el cajón una camisa, y el día entero echado por la borda.
Que llegue cuanto antes el invierno y cubra todo con su manto:
ciudades, hombres, pero primero el verde de las hojas.
Me echaré a dormir sin desnudarme, o leeré si quiero
un libro ajeno, y entretanto los retales del año,
como un perro que ha huido de su ciego,
atraviesan la calle por el paso indicado.
La libertad es
no recordar entero el nombre del tirano,
y que sea la saliva más dulce que el almíbar,
y, aunque estrujen tu cerebro cual cuerno de carnero,
no mane nada ya del ojo azul.
Joseph Brodsky
Ilustración: Ana Juan
viernes, 16 de octubre de 2015
Al final tres deseos
Ven, baila conmigo
mientras aún aliente
y exista de suelas arriba.
Lo que de cambiar el paso he aprendido desde mi infancia
me sigue siendo conocido, como la palma de la mano,
pero a menudo, en la pantorrilla izquierda siento un golpeteo,
un dolor que se me va cuando estoy quieto.
Te pido pues una pausa de tolerancia
hasta que esté ágil para la otra danza.
Ven, acuéstate conmigo, mientras esté erecto lo que más me importa
y se dé importancia, como si estuviera puesto a prueba,
algo que en todo el mundo funciona según estadísticas:
cerca del círculo polar, en el desierto de Gobi incluso los ancianos
hacen el coito antes de expirar
y buscan el placer a cualquier precio.
Comprende, pues, la paciencia es un apoyo
antes de que él -te extrañas- llegue al hoyo.
Ven, mírame: a ver si sé hacer el pino
y al verlas al revés reconozco las cosas,
igual que antes siempre mirando desde arriba, como una jirafa,
y desde abajo, de través, como gusano humano,
todo cuadraba para mí: lo que impedía ser feliz
y qué era primero en el mundo: el huevo o la gallina.
Haciendo el pino, pues, en esta posición
-compréndelo- parezco un signo de interrogación.
Ven pues, acuéstate, baila, pásmate y mira
de qué soy yo aún capaz con humor y sin ira.
Günter Grass
Ilustración: Ana Juan
y exista de suelas arriba.
Lo que de cambiar el paso he aprendido desde mi infancia
me sigue siendo conocido, como la palma de la mano,
pero a menudo, en la pantorrilla izquierda siento un golpeteo,
un dolor que se me va cuando estoy quieto.
Te pido pues una pausa de tolerancia
hasta que esté ágil para la otra danza.
Ven, acuéstate conmigo, mientras esté erecto lo que más me importa
y se dé importancia, como si estuviera puesto a prueba,
algo que en todo el mundo funciona según estadísticas:
cerca del círculo polar, en el desierto de Gobi incluso los ancianos
hacen el coito antes de expirar
y buscan el placer a cualquier precio.
Comprende, pues, la paciencia es un apoyo
antes de que él -te extrañas- llegue al hoyo.
Ven, mírame: a ver si sé hacer el pino
y al verlas al revés reconozco las cosas,
igual que antes siempre mirando desde arriba, como una jirafa,
y desde abajo, de través, como gusano humano,
todo cuadraba para mí: lo que impedía ser feliz
y qué era primero en el mundo: el huevo o la gallina.
Haciendo el pino, pues, en esta posición
-compréndelo- parezco un signo de interrogación.
Ven pues, acuéstate, baila, pásmate y mira
de qué soy yo aún capaz con humor y sin ira.
Günter Grass
Ilustración: Ana Juan
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)








