Señor, ha tiempo que yo canto el verbo del
porvenir. He tenido mis alas al huracán, he nacido en el tiempo de la
aurora; busco la raza escogida que debe esperar, con el himno en la boca
y la lira en la mano, la salida del gran sol. He abandonado
la inspiración de la ciudad malsana, la alcoba llena de perfumes, la
musa de carne que llena el alma de pequeñez y el rostro de polvos de
arroz. He roto el arpa adulona de las cuerdas débiles contra las copas
de Bohemia y las jarras donde espumea el vino que embriaga sin dar
fortaleza; he arrojado el manto que me hacía parecer histrión o mujer, y
he vestido de modo salvaje y espléndido; mi harapo es de púrpura. He
ido a la selva, donde he quedado vigoroso y ahíto de leche fecunda y
licor de nueva vida; y en la ribera del mar áspero, sacudiendo la cabeza
bajo la fuerte y negra tempestad, como un ángel soberbio, o como un
semidiós olímpico, he ensayado el yambo dando al olvido el madrigal. He
acariciado a la gran Naturaleza, y he buscado el calor ideal, el verso
que está en el astro, en el fondo del cielo, y el que está en la perla,
en lo profundo del océano. ¡He querido ser pujante! Porque viene el
tiempo de las grandes revoluciones, con un Mesías todo luz, todo
agitación y potencia, y es preciso recibir su espíritu con el poema que
sea arco triunfal, de estrofas de acero, de estrofas de oro, de estrofas
de amor. ¡ Señor, el arte no está en los fríos envoltorios de mármol,
ni en los cuadros lamidos; ni en el excelente señor Ohnet! ¡Señor! El
arte no viste pantalones, ni habla burgués, ni pone los puntos en todas
las íes. Él es augusto, tiene mantos de oro, o de llamas, o anda
desnudo, y amasa la greda con fiebre, y pinta con luz, y es opulento, y
da golpes de ala como las águilas o zarpazos como los leones. Señor,
entre un Apolo y un ganso, preferid el Apolo, aunque el uno sea de
tierra cocida y el otro de marfil.
Rubén Dario
Ilustración: Silvano Braido
