“La amistad es, como el amor, extremadamente sagaz. La esencia de la
amistad está hecha de franqueza, de pasión por la verdad. Es algo
liberador ver el rostro del amigo o escuchar su voz al teléfono
contando precisamente lo más trascendental y penoso de contar. O
también ocurre que el amigo se oye a sí mismo confesando lo que apenas
se atreve a pensar. La amistad tiene a menudo rasgos de sensualidad. La
silueta del amigo, su cara, ojos, labios, voz, movimientos, acento,
están grabados en tu inconsciente, constituyen un código secreto que
hace que te abras en confianza y solidaridad.
Una relación amorosa
estalla en conflictos, es algo inevitable; la amistad es más refinada,
no tiene tanta necesidad de tumultos y de depuraciones. Hay ocasiones en
las que la gravilla entorpece las delicadas superficies de contacto y
eso causa dolor y dificultades. Yo pienso entonces: ¡maldita la falta
que me hace semejante idiota! Pasa algún tiempo y el malestar se
manifiesta de un modo o de otro, palpablemente a veces, con discreción
las más.
«Voy a dar señales de vida, esto no puede seguir así, hay
que cuidar los tesoros.» Y despejamos la atmósfera, la limpiamos, la
restauramos.
El resultado es incierto: mejor, peor o como antes. No
puede saberse. La amistad no está sujeta a juramentos ni a promesas,
como no lo está al tiempo ni al espacio. La amistad no exige nada, salvo
una cosa: sinceridad. Es su única exigencia, pero es difícil.”
Ingmar Bergman
Ilustración: Rossana Petrillo
