Asonsaño maneres de mocina
pero nun lo soi.
Soi esa otra qu’estrenó
mil veces, insomne,
la mañana,
la que sintió mieu y fríu
ente unos brazos
–y ellí mesmo s’abrieren les ferides–.
Soi la que probó la navaya
de la soledá adentrándose, impúdica,
na carne,
la que presintió la barbarie,
la que claudicó,
la que sobrevivió,
la que durmió mientres enterraben
a los suyos.
Soi la que siempre supo quién xuxuriaba
na otra parte de la puerte,
la que contempló una libélula,
azul como’l meudía, azul,
posar nel cantu d’una fueya
–y la muerte también posó ellí
per un instante–.
Soi la que escuchó na nueche más llarga
medrar palabres d’amor, morrer
palabres d’amor
mentantu, fuera, la tormenta ximía
como un soldáu moribundu
na trinchera.
Asonsaño maneres de mocina
pero los mios versos tan gastaos,
usaos pa tapar fugues,
furacos d’otres vides
que nunca son la mía.
Quiero abultar una rapaza
pero les manes me delaten,
les manches, los dientes
me delaten.
Asonsaño maneres de rapaza
pero tengo mieu de los coches
que se crucien al mio pasu,
del xiplíu que sal
de los mios bronquios,
del iare de plombu que respiren
les mios fíes.
Sometíu a la tortura de los años
el mio cuerpo –enemigu– señálame.
Como perros famientos, los mio deos
escarben, furiosos, na grieta.
Y la mancadura sigue ehí.
La Mancadura. Berta Piñán, 2010
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Imito los modos de una joven
pero no lo soy.
Soy esa otra que estrenó
mil veces, insomne,
la mañana,
la que sintió miedo y frío
entre unos brazos
—y allí mismo se abrieron las heridas—.
Soy la que probó la navaja
de la soledad adentrándose, impúdica,
en la carne,
la que presintió la barbarie,
la que claudicó,
la que sobrevivió,
la que durmió mientras enterraban
a los suyos.
Soy la que siempre supo quién susurraba
al otro lado de la puerta,
la que contempló una libélula,
azul como el mediodía, azul,
detenerse en el borde de una hoja
—y la muerte también se detuvo allí
por un instante—.
Soy la que escuchó en la noche más larga
crecer palabras de amor, morir
palabras de amor
mientras, afuera, la tormenta gemía
como un soldado moribundo
en la trinchera.
Imito los modos
de una joven
pero mis versos están gastados,
usados para tapar fugas,
agujeros de otras vidas
que nunca son la mía.
Quiero parecer una joven
pero las manos me delatan,
las manchas, los dientes
me delatan.
Quiero imitar los modos de una joven
pero tengo miedo de los coches
que atraviesan las calles
a mi paso,
del silbido que sale
de mis bronquios,
el aire de plomo que respiran
mis hijas.
Sometido a la tortura de los años,
mi cuerpo —enemigo— me señala.
Como perros hambrientos, mis dedos
escarban, furiosos, en la grieta.
Y el daño sigue ahí.
Berta Piñán. La mancadura / El daño (2010)
Ilustración: Alejandra Acosta