Hoy tienes el pelo precioso.
Esto es una caricia microscópica en una fiesta.
Es el desvanecerse de los muertos.
Es llegar a casa
con tu corazón de gorila en completo desorden.
Es sentirse como un barco de vapor
meciéndose en el muelle a medianoche,
un merendero soportando
el viento. Pero es también la vida levantada
por tus manos torpes,
tu cerebro que se enciende
cuando ves una mujer hermosa
comiendo frutos secos en la oscuridad de un bar.
Tienes la cabeza dividida en dos por un arroyo;
cada hemisferio, embrujado y divino,
viene de tus profundidades (aquel asunto tuyo,
la voz de tu dolor, tus dibujos animados).
Los padres locos y ausentes
engordan una hoguera
con sus ventosidades,
y tu pesado cuerpo se levanta y marcha.
Se trata de empezar una frase diciendo
nunca le he contado esto a nadie.
Y tú estás, hambrienta y espantosa,
al borde de la tierra,
donde aguardan los muertos,
y donde ellos, en el bullicio
de un vórtice de colchas y raíces,
escuchan todavía;
quieren que se los ame,
quieren que se los recuerde de manera adecuada.
Somos nosotros mismos los que nos llevamos hasta el río
y nos alimentamos de café y de explosiones de opiáceos
propagados por el aire.
Se trata de polvo de hueso, un puñado de menta,
las obras reunidas de Dante
que lo cubren todo de madera castaña.
Es la imagen nítida
de alguien detrás de ti, que se parece a ti
pero que puede hacer que las moscas se le posen en los dedos.
Es el nervio óptico
reflejando sin fin a tus amigos.
Es tus amigos preparándote una tarta inmensa
rellena de higos y de mirlos,
trazando halos con las manos
y hablando honestamente,
poniéndose sensibles.
Es salir del bar con ellos.
En el taxi, de camino a casa, os acostáis los unos
en los brazos de los otros.
Bianca Stone
Ilustración: Antonio J. Romera
