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martes, 7 de julio de 2015

El deseo

No quiero la eternidad,
la trama interminable
de una roca que confía
día tras día
en la duración perpetua.
Quiero ser lo que pasa:
la leve nube blanca
que se deshace en el espacio,
la humareda de un reactor
en el cielo vacío y claro.
No me agrada ni me seduce
vivir después de haber vivido.
Antes prefiero el relámpago
que rasga el cielo sombrío,
una hoja de álamo
en el suelo de un viaje
y la lluvia fugaz
que cae sobre las ciudades.
Prefiero un vuelo de pájaro
a todo cuanto es eterno.
A todo lo que perdura
prefiero lo que perece:
la sombra fugitiva
en el día luminoso
de los narcisos y las rosas;
los instantes que rigen,
en la noche indecorosa,
el amor de los amantes,
sus gritos, sus gemidos;
el pétalo fugaz
herido por el otoño.
Me conformo con el trayecto
entre una puerta abierta
y una puerta cerrada
en plena madrugada
o en la más cándida mañana.
Mi Dios es relámpago,
el breve resplandor
que precede al gran sueño.
Me niego a durar
y a permanecer.
Nací para no ser,
para ser el que no es
después de tanto soñar,
después de tanto vivir.


Lêdo Ivo

Ilustración: Yuri Matsik

viernes, 20 de marzo de 2015

Poema 14

Juegas todos los días con la luz del universo.
Sutil visitadora, llegas en la flor y en el agua.
Eres más que esta blanca cabecita que aprieto
como un racimo entre mis manos cada día.

A nadie te pareces desde que yo te amo.
Déjame tenderte entre guirnaldas amarillas.
¿Quién escribe tu nombre con letras de humo
entre las estrellas del sur?

Ah déjame recordarte cómo eras entonces,
cuando aún no existías.
De pronto el viento aúlla y golpea mi ventana cerrada.
El cielo es una red cuajada de peces sombríos.

Aquí vienen a dar todos los vientos, todos.
Se desviste la lluvia.
Pasan huyendo los pájaros.
El viento. El viento.

Yo sólo puedo luchar contra la fuerza de los hombres.
El temporal arremolina hojas oscuras
y suelta todas las barcas que anoche amarraron al cielo.
Tú estás aquí. Ah tú no huyes.

Tú me responderás hasta el último grito.
Ovíllate a mi lado como si tuvieras miedo.
Sin embargo alguna vez corrió una sombra extraña por tus ojos.
Ahora, ahora también, pequeña, me traes madreselvas,
y tienes hasta los senos perfumados.

Mientras el viento triste galopa matando mariposas
yo te amo, y mi alegría muerde tu boca de ciruela.
Cuanto te habrá dolido acostumbrarte a mí,
a mi alma sola y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan.

Hemos visto arder tantas veces el lucero besándonos los ojos
y sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos girantes.
Mis palabras llovieron sobre ti acariciándote.
Amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado.

Hasta te creo dueña del universo.
Te traeré de las montañas flores alegres, copihues,
avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos.

Quiero hacer contigo
lo que la primavera hace con los cerezos.

Pablo Neruda



llustración: Yuri Matsik