Tengo miedo. La tarde es gris y la tristeza
del cielo se abre como una boca de muerto.
Tiene mi corazón un llanto de princesa
olvidada en el fondo de un palacio desierto.
Tengo miedo. Y me siento tan cansado y pequeño
que reflejo la tarde sin meditar en ella.
(En mi cabeza enferma no ha de caber un sueño
así como en el cielo no ha cabido una estrella.)
Sin embargo en mis ojos una pregunta existe
y hay un grito en mi boca que mi boca no grita.
No hay oído en la tierra que oiga mi queja triste
abandonada en medio de la tierra infinita!
Se muere el universo, de una calma agonía
sin la fiesta del sol o el crepúsculo verde.
Agoniza Saturno como una pena mía,
la tierra es una fruta negra que el cielo muerde.
Y por la vastedad del vacío van ciegas
las nubes de la tarde, como barcas perdidas
que escondieran estrellas rotas en sus bodegas.
Y la muerte del mundo cae sobre mi vida.
Pablo Neruda
Ilustración: Silvano Braido
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miércoles, 23 de septiembre de 2015
viernes, 31 de julio de 2015
Verano
Ha reaparecido la mujer de ojos entreabiertos
y de cuerpo concentrado, andando por la calle.
Ha mirado de frente, tendiendo la mano
en la calle inmóvil. Todo ha vuelto a resurgir.
En la luz inmóvil del día lejano
se ha quebrado el recuerdo. La mujer ha alzado
la frente sencilla y su mirada de entonces
ha reaparecido. Se ha tendido la mano hacia la mano
y el apretón angustioso era el mismo de entonces.
Todo ha recobrado colores y vida
con la mirada concentrada, con la boca entreabierta.
Ha regresado la angustia de días lejanos
cuando un inesperado e inmóvil estío
de colores y tibiezas emergía ante las miradas
de aquellos ojos sumisos. Ha regresado la angustia
que ninguna dulzura de labios abiertos
puede mitigar. Se cobija, fríamente,
en aquellos ojos, un inmóvil cielo.
Era tranquilo el recuerdo
bajo la luz sumisa del tiempo, era un dócil
moribundo para quien ya la ventana se aniebla y desaparece.
Se ha quebrado el recuerdo. El apretón angustioso
de la leve mano ha vuelto a encender los colores,
el verano y las tibiezas bajo el vívido cielo.
Pero la boca entreabierta y las miradas sumisas
no dan vida más que a un duro, inhumano silencio.
Cesare Pavese
Ilustración: Silvano Braido
y de cuerpo concentrado, andando por la calle.
Ha mirado de frente, tendiendo la mano
en la calle inmóvil. Todo ha vuelto a resurgir.
En la luz inmóvil del día lejano
se ha quebrado el recuerdo. La mujer ha alzado
la frente sencilla y su mirada de entonces
ha reaparecido. Se ha tendido la mano hacia la mano
y el apretón angustioso era el mismo de entonces.
Todo ha recobrado colores y vida
con la mirada concentrada, con la boca entreabierta.
Ha regresado la angustia de días lejanos
cuando un inesperado e inmóvil estío
de colores y tibiezas emergía ante las miradas
de aquellos ojos sumisos. Ha regresado la angustia
que ninguna dulzura de labios abiertos
puede mitigar. Se cobija, fríamente,
en aquellos ojos, un inmóvil cielo.
Era tranquilo el recuerdo
bajo la luz sumisa del tiempo, era un dócil
moribundo para quien ya la ventana se aniebla y desaparece.
Se ha quebrado el recuerdo. El apretón angustioso
de la leve mano ha vuelto a encender los colores,
el verano y las tibiezas bajo el vívido cielo.
Pero la boca entreabierta y las miradas sumisas
no dan vida más que a un duro, inhumano silencio.
Cesare Pavese
Ilustración: Silvano Braido
viernes, 7 de febrero de 2014
Alta traición
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.
José Emilio Pacheco
Ilustración: Silvano Braido
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.
José Emilio Pacheco
Ilustración: Silvano Braido
jueves, 30 de enero de 2014
Azul (fragmento)
Señor, ha tiempo que yo canto el verbo del
porvenir. He tenido mis alas al huracán, he nacido en el tiempo de la
aurora; busco la raza escogida que debe esperar, con el himno en la boca
y la lira en la mano, la salida del gran sol. He abandonado
la inspiración de la ciudad malsana, la alcoba llena de perfumes, la
musa de carne que llena el alma de pequeñez y el rostro de polvos de
arroz. He roto el arpa adulona de las cuerdas débiles contra las copas
de Bohemia y las jarras donde espumea el vino que embriaga sin dar
fortaleza; he arrojado el manto que me hacía parecer histrión o mujer, y
he vestido de modo salvaje y espléndido; mi harapo es de púrpura. He
ido a la selva, donde he quedado vigoroso y ahíto de leche fecunda y
licor de nueva vida; y en la ribera del mar áspero, sacudiendo la cabeza
bajo la fuerte y negra tempestad, como un ángel soberbio, o como un
semidiós olímpico, he ensayado el yambo dando al olvido el madrigal. He
acariciado a la gran Naturaleza, y he buscado el calor ideal, el verso
que está en el astro, en el fondo del cielo, y el que está en la perla,
en lo profundo del océano. ¡He querido ser pujante! Porque viene el
tiempo de las grandes revoluciones, con un Mesías todo luz, todo
agitación y potencia, y es preciso recibir su espíritu con el poema que
sea arco triunfal, de estrofas de acero, de estrofas de oro, de estrofas
de amor. ¡ Señor, el arte no está en los fríos envoltorios de mármol,
ni en los cuadros lamidos; ni en el excelente señor Ohnet! ¡Señor! El
arte no viste pantalones, ni habla burgués, ni pone los puntos en todas
las íes. Él es augusto, tiene mantos de oro, o de llamas, o anda
desnudo, y amasa la greda con fiebre, y pinta con luz, y es opulento, y
da golpes de ala como las águilas o zarpazos como los leones. Señor,
entre un Apolo y un ganso, preferid el Apolo, aunque el uno sea de
tierra cocida y el otro de marfil.
Rubén Dario
Ilustración: Silvano Braido
Rubén Dario
Ilustración: Silvano Braido
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