El aborrescente ha vuelto con ánimo renovado. Creo que esto ya lo dije alguna vez pero ahora percibo su energía inagotable al servicio del caos. No como la mía, agotada y puesta a disposición de la mera supervivencia.
Ha regresado con más ganas, más brío, más tino. Siempre dispuesto para la pelea. En eso se parece a mi. Mi cansancio vital es directamente proporcional a mis ganas de pelear. Otro sinsentido más de mi existencia.
No le soporto. Ufff. Saca lo peor de mi (a lo mejor es que ya no tengo otra cosa). Ha roto con su novia y dispone del día entero para luchar conmigo. Un 24/7 que diría el. Luego añadiría “Bro”. (¡Shhhh!)
Posee un mando a distancia para irritarme. Acaricia el botón y salto como un resorte. Hay un instante cuántico que coincide con una ligera elevación de los hombros suya mientras me mira a los ojos y que indica que ha comenzado el siguiente asalto. Me pone los pelos de punta. No le soporto y creo que este episodio ha venido para quedarse.
diosito me perdone (como diría B. que me enseñó que puedes decir esto y detrás, la oración subordinada que siga puede contener la mayor barbaridad que se te ocurra). Pues como decía, diosito me perdone pero ojalá venga pronto una mujer que lo contenga y lo dulcifique. ¡Qué disparate! No quiero hablar más de él.
Anoche peleamos porque estaba cansado de unos padres tan “guays”, tan “progres”, tan “alternativos” que no quieren llevarle de crucero. (Dos de la mañana) ¿Eh? ¡Venga! ¿De verdad? Podría parecer cómico dado que ha hecho unos viajes de película con nosotros pero no lo es. Hay que vivirlo. Todo es un continuo reproche. La discusión acaba con una acusación flagrante: “tú sólo irías a un crucero de esos de leer en una tumbona pero no a uno de cinco discotecas”. Creo que ha perdido la cabeza y que si no quiere ir a la esquina conmigo mucho menos a una discoteca y así lo manifiesto en mi defensa. Se levanta perplejo y vuelve a reprocharme el crucero de leer. Me lo tira como una mierda. Como la prueba irrefutable de que somos basura. Pienso, “señor llévame pronto que el cuerpo ya me está pidiendo tierra”
Sus ganas de pelea me llevan a sitios al margen de la realidad. El realismo mágico no era Macondo; era mi hijo escupiéndome todo lo que se le pasa por la puta cabeza. Nunca estoy lo suficientemente preparada.
Otras veces discutimos por lo guay que es el novio de la madre de un amigo suyo. “¡Qué guay es el novio de la madre de M.! ¡Es súper guay!” Y me lo vomita a mi que estoy tirada en el sofá, después de 12 horas de jornada, con el pelo sucio, la cara ajada y el corazón en un puño.
Un combate total que una semana después no tenía sentido porque el tipejo les había dejado tirados. Sin más, como diría el. Otra cosa poco clara que, según el entiende, no requiere más explicación. Y y mientras tanto yo preguntándome qué podría hacer y cuándo para ser un poquito como ese hombre (si hasta me llevo de vacaciones a todos los colegas suyos que me caben en el coche).
La máquina infernal. Otro de mis frentes abiertos. Tampoco quiero hablar de ella. ¿En qué momento flaquee? Si yo todo esto ya lo sabía. ¡Mierda de poderes adivinatorios!
Mi sobrina mayor, ese ángel laico, me contó las cosas que ella hacía por la Paz Mundial. En vez de soltar palomas, lo que hace, básicamente, es no tocarle las pelotas a su madre porque esta niña santa valora mucho el buen clima familiar. Y a mi se me inundaron los ojos al oírla. En esta casa, el “buen clima familiar”, ni se le conoce, ni se le espera. Esto es Los Balcanes.
A. se levantaba pronto, recogía la casa, preparaba algo de comida y se ocupaba del gato antes de que su madre regresara del trabajo ¡Una verdadera proeza!
Yo, pensaba, que ya tengo el listón tan bajo, simplemente me conformaría con un buenas tardes, cómo te ha ido el día.
Ahí estaba el aborrescente, mirando boquiabierto a su prima, como quien mira a una visita impertinente que tarda mucho en irse. Cuando despedimos a las niñas en la estación y le saqué el tema me miraba de igual manera y ya su cuerpo se tensaba listo para la pelea. Silencio brutal. Otra oportunidad perdida.
Yo no soy un ángel laico, no. Más bien una bruja atea, descreída y joderollos. Y mala madre. Sobre todo eso. Que no pierde una oportunidad de recordármelo. El cabronazo llevaba una agenda donde anotaba los días que había llegado tarde al colegio a recogerle o se me había olvidado la merienda. ¡Puta madre progre! Y además hablo mal de él. No como todas las demás buenasmadres del mundo que solo cuentan las cosas buenas (¡Boom!)
Como si yo no me torturada bastante ha descubierto que así puede darme más tormento.
En el saco de la culpa a mi me cabe de todo. Cada día lo tengo más claro. No necesito un psicólogo sino alguien que me de la razón y me diga: “señora, tiene usted razón, todo le cabe a usted en el saco de la culpa” Y me iría tan contenta con mi hatillo lleno y la tranquilidad de saber que no he perdido la cabeza. No del todo. No todavía
Tengo las hormonas fuera de control (como él, por cierto; aquí hay un error de diseño), me ha vuelto a venir la regla después de 15 meses, todo me da miedo, descubro cada día un nuevo estrago de la edad, todo cuelga, duermo cada vez peor, siempre estoy cansada y la cola de caballo me queda horrible. Me duele el estómago día sí y día también. Uso lentillas (otra pesadilla: malo para ponerlas, peor para quitarlas). Solo me imagino en un crucero con el fin de arrojarme borracha por la borda.
Te echo de menos. No te tengo ni en canciones. Me consumen las ganas de arañarte.
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C.

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